No pueden oírme, pero yo puedo gritar más.

domingo, 17 de octubre de 2010

Frío.

''Eso no funcionó. Los médicos de la clínica cavaron un foso a mi alrededor y dijeron que ella no podía cruzarlo a nado, así que tendría que esperar hasta que yo la invitara a cruzar el puente levadizo.

Paseaba mustiamente con otras niñas, muñecas de trapo como yo. Una tenia una puerta de plástico sobre su tripa, de forma que podía engullir comida sin tener que utilizar la boca. Cuando se enfadaba, vomitaba la comida abriendo la puerta de su tripa, la cerraba de un portazo y pasaba la llave.
Tenia que afeitarme las peludas piernas delante de una enfermera para no cortarme, accidentalmente, una vena. Cuando al fin ya parecía un ratoncito rosa rapado me arrebataba la cuchilla. Me enroscaba en una caja de cerillas repleta de serrín y me cubría el rostro con el gélido faldón. Los psiquiatras rebuscaban entre su repertorio de trucos y me repartían pastillas nuevas y golosinas para chiflados de color azul celeste y grisáceo.
Experimentaron conmigo durante semanas.

Intentó hablar conmigo sobre el tema, pero alce el puente levadizo, lo sujete con barras de hierro y puse un guardia armado ante él.''



Y en casa todo es frío.

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