No pueden oírme, pero yo puedo gritar más.
Lo siento, pero tuve que correr.
Venían los demonios hacia aquí cargando las trompetas. Y desde que no estás despinto pesadillas para ti, no caben más pecados en tus manos y aún así recoges hasta el musgo que amuralla mi pesar, que blinda mi esqueleto.
No le hagas caso al barquero, que en volandas no te llevará si le faltan los besos.
No he de morir, y espero el momento para rebrotar.
Siempre en estado de espera.
Se acabó.
Busqué refugio en otros lares y al serrar mi sueño tan despacio desperté en el prado baldío donde están muriendo los corderos, por eso regresé, más áspero y cansado a este compás que marcan las agujas, pregonando que viví entre tanto alboroto que no me paré a escuchar el crujir de retamas.
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