Como te pregunté y no me dijiste qué me recomendabas, decidí plantarme en tu puerta.
No sirvió para casi nada. Digo casi porque sí sirvió de algo.
Sirvió para enseñarme que por muchas ganas que le pongas a las cosas, a veces no solo éstas dependen de ti. Y que si alguien no quiere estar contigo, no va a estarlo, por mucho que lo desees con todo tu alma.
El tiempo pasa, y aunque me joda admitirlo, mis ganas siguen tan a flor de piel como el primer día que te tuve delante.
Triste, pero cierto.
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