Todas las horas jadean si el ocaso no se está en tus ojos desangrando.
Y los párpados bostezan y enmudecen como mirlos desolados.
Sola queda la cañada y embriagados los infiernos de mi olor.
Y será fiero el futuro que castigue, que descubra en ceniceros lo que no te dije.
Voy a desligar las tibias de este diábolo sombrío que hay veces que no se acuerda de que sigo siendo un niño y sé que no habrá sedales cuando te hiera mi ausencia, ojalá me quieras libre; ojalá me quieras.
Acuérdate del tragasables que tus lunas derritió con su forja miserable.
Te querré cuando el fantasma de tu voz venga a por mí.
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